El Gran Guerrero de Migriño
A la orilla del arroyo de Migriño, como a unos 500 metros de la carretera habita un gran Zalate. Entre sus raíces se esconde una historia que nadie puede contar con mayor certeza que el cobijo de su sombra en medio del desierto. Su vecinos, un arroyo de arenas blancas y granito que atrapa el brillo del agua que pasa por allí pocas veces al año; algunas cactáceas y arbustos que lo miran desde abajo con gran admiración. A lo lejos se divisa el horizonte azul dividiendo el Océano Pacífico del cielo Sudcaliforniano. Desde sus ramas ha visto pasar peligrosos huracanes que han acabado con los poblados cercanos. Ha visto el arroyo llenarse de agua y de cosas materiales que con los años han ido cambiando. Seguramente en alguna ápoca vio pasar los primeros pescadores o caminantes cochimies e incluso las naves de los piratas que se dice navegaban por aquí. Con la moderna globalización y el empeño del ser humano por destruir lo natural y convertirlo en comercial, recientemente se han abierto tours de cuatrimotos con turistas que no dejan de sorprenderse con su grandeza y se toman fotos mientras su gran sombra los refresca.
Por las noches, duerme cobijado con la via láctea y la luna que con sus fases lo ilumina. Entre sus hojas, se esconden millones de estrellas fugaces que ha visto caer.
Su tronco esta hecho de atardeceres, siempre cambiantes, coloreando el cielo hasta que la gran bola de fuego toca el horizonte y antes de apagarse, le hace la misma promesa de llenar de verde su morada ahora café por el polvo que se levanta con el viento.
Habita solitario en una gran roca que es parte de una montaña en el desierto de Baja California Sur, el poblado más cercano es Cabo San Lucas a 30 km de distancia hacia el sur. Su gran tamaño abarca dos tercios de la montaña donde esta plantado. Es un árbol que creció silvestre y que no muchas personas conocen. Su gran sabiduría y amistad la brinda a cualquiera que decida resguardarse del inclemente sol bajo su sombra. Para mí ha sido un buen amigo que me ha dado la lección de no rendirme.
Han pasado cinco años desde que me mudé al desierto y deje mi lugar, un espacio en la selva lleno de verde y de árboles. Desde entonces hasta que encontré El Gran Guerrero, tuve muchos retos y en la mayoría fracasé, me rendí y deje que la vida me opacara, que me llenara de polvo mientras veía pasar los días. Hace unos días, mientras extrañaba a mis árboles, una bolsa de chicharrones llamó mi atención pues un árbol anunciaba en la cintilla un concurso. Pensé en los que había dejado atrás en mi selva y que jamás encontraría uno igual por aquí. Comencé a preguntar por el árbol mas grande que conocieran por aquí hasta que alguien me llevo dentro del arroyo, fue una tarde maravillosa. Quedamos polvosos pero valió la pena pues encontré este guerrero que con solo verme me conto la historia de como ha sobrevivido allí solo por tanto tiempo. Me recordó que al llover, el arroyo se convierte en un gran río que arrastra de todo y que no ha sido fácil mantenerse en pie. El calor del verano que llega hasta más de 40 grados en medio del desierto parece no incomodarle pues a veces le trae compañía. Más aún, me compartió el atardecer, la puesta de sol y me regaló dos estrellas fugaces. Su cobijo, me devolvió mi naturaleza, mi esencia y me enseñó que a pesar de que el polvo nos cubra, el mundo sigue siendo maravilloso en esencia.